Hace apenas algunos
días, en esta ciudad de Acámbaro, un jovencito de 15 años de edad decidió
terminar con su vida, mediante la vía del ahorcamiento en su propio hogar.
No es tan sólo una tragedia familiar,
ni es el único joven desorientado, angustiado, atribulado, a quien se le cierra
el horizonte y deja de gozar la luz del día, el aire fresco de la mañana, el
agua cristralina y pura, el canto de las aves, el tañido de las campanas, el
bullicio de la gente y todas esas pequeñas y grandes cosas de que está hecha la
vida diaria. Y es que los adultos hemos descuidado lo fundamental. Anteponemos
pseudovalores o antivalores como objetos de la existencia y le creamos
necesidades artificiosas al niño y al joven, haciéndole creer que lo importante
es que vista y calce ropa y calzado de cierta clase o marca, que conduzca tal o
cual automóvil, que conquiste a determinada pareja con cierta belleza física y
que goce del reconocimiento de la sociedad entera, o bien, a falta de éste, que
haga sentir una supuesta superioridad.
Con tan descomunales presiones que
inician muchas veces desde la más tierna infancia dentro del seno familiar y
por medio de la TV que durante muchas horas al día incita a consumir muchos
bienes que están vedados para la economía de millones de personas, no es
extraño que entre las primeras consecuencias se presenten incontables
frustraciones, produciendo confusión, irritabilidad y resentimiento social.
Por supuesto, la solución no es crear
generaciones de conformistas. No somos especialistas en el tema, pero estamos
convencidos que la mejor forma de preparar a nuestra niñez y nuestra juventud
es favoreciendo la Autoestima. Y que ésta se alimenta con acciones de fortalecimiento
físico, mental y espiritual, fundamentalmente.
Es decir, para el primer aspecto, con
actos de aseo personal, prácticas deportivas y alimentación sana y equilibrada.
En el segundo, el estudio, la lectura y la práctica de diversas disciplinas. Y
en el tercero, el diálogo acerca de distintos temas edificantes, la oración y
la meditación (dicen en Alcohólicos Anónimos: Orar es hablar a Dios. Y meditar
es escucharlo), actuar en la vida conforme a un código de ética personal.
Estas acciones no las debemos esperar
por generación espontánea. Deben ser alentadas por la familia, la escuela, la
sociedad, la iglesia y el Estado. Nadie debe rehuir su responsabilidad. Claro
que no es fácil. Tenemos que ser constantes, decididos, valientes y humildes.
Destaco el valor de la humildad, porque es lo que nos permite solicitar ayuda
cuando no estamos seguros de estar en lo correcto para afrontar un problema.
Pongamos, pues, en acción el engranaje
de la maquinaria social y cultural para que en nuestro Acámbaro no vuelvan a
producirse este tipo de sucesos dolorosos, tales como el suicidio.
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