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4 de marzo de 2010

“ACAMBARO SE SACÓ LA LOTERÍA, CON ESE SUPERHOSPITAL DE 60 CAMAS”.
Por: Casimiro Buenavista.
“Acámbaro se sacó la lotería del sexenio. Nada más dense cuenta ustedes, el hospital que se está construyendo allí, que es prácticamente un super hospital de 60 camas y en unas semanas estaremos allí, para ver el avance que tenemos en esa obra”, comentó de buen humor el coordinador general de Programación, Luis Manuel Quiroz Echegaray, refiriéndose también a que habrá de retomarse en los planes de inversión estatal el proyecto del recinto ferial, en el que durante los últimos dos años no se ha efectuado ninguna inversión significativa, “debido a las negociaciones que se tuvieron con el alcalde anterior”.
Los comentarios del funcionario estatal obligan a algunas reflexiones en torno a la vida pública país, pues aunque se diga que “Acámbaro se sacó la lotería” con el Hospital que se construye, debemos recordar que esa cuantiosa suma de inversión federal, a través del estado, no es producto de la suerte o de la buena voluntad de tal o cual gobernante, como piensa la mayoría de los ciudadanos, sino la obligada respuesta a una necesidad social en que debido a las condiciones demográficas y la masiva afiliación al Seguro Popular, el actual nosocomio de la Secretaría de Salud es insuficiente en todas sus áreas para atender a la población de Acámbaro y de la región sureste del estado.
Esto nos lleva a considerar tal obra en su justa dimensión y, en términos generales, recordar que las inversiones públicas no son dádivas ni favores de ningún funcionario. Son obligaciones institucionales derivadas de la evolución social regional y de la infraestructura con que debe contar para su desarrollo. Por eso, debemos dar la razón, quiérase que no, a personas como el diputado Ramón Merino, que señala que sin Proyectos Validados es poco menos que imposible una gestión eficaz y exitosa.
Efectivamente, en todas las áreas administrativas del gobierno, comenzando por el municipal, si no se tocan puertas de las dependencias gubernativas federales y estatales con sus correspondientes proyectos, seguramente caerán en terreno infértil.
Pero además, en verdad es la más terrible demagogia querer partidizar o, peor aún, personalizar las inversiones públicas, que son hechas con los impuestos de toda la población y que, como hemos visto, son respuestas a las necesidades de la colectividad.
Claro que sabemos que existen situaciones voluntaristas que extreman el autoritarismo y manchan nuestra incipiente democracia, en que se pretende manipular los programas de inversión con determinados fines, sean electoreros o de cualquier otra índole. Pero ante una ciudadanía bien concientizada ninguna maniobra demagógica empañará la esencia social de la inversión pública.
Ya hoy se sabe que la Representación Nacional, formada en la Cámara de Diputados, es la que debe aprobar el Presupuesto Federal y su distribución en la geografía nacional, más aún si prospera la iniciativa de acabar con las partidas secretas para el Ejecutivo.
Por lo demás, las obras de gran impacto que están en proceso, como la construcción del módulo de COMUDAJ, el boulevard de la salida a Morelia, el de la Emilio Carranza, el Teatro Auditorio de la Casa de la Cultura y varias más, nos alientan a que se prosiga por el camino de las grandes inversiones, lo cual confiamos plenamente en que sabrá lograrlas el presidente Gerardo Silva.
Pero, atención, que esas grandes propuestas no nos hagan olvidar la sencilla, pero vital importancia, de las cuestiones elementales que están perfectamente señaladas en el Art. 115 de la Constitución y que se refieren a las obligaciones de los ayuntamientos: prevención en seguridad pública, parques y jardines, panteones, agua potable y alcantarillado, alumbrado público, limpieza y recolección de basura, mercados, rastro, entre otras.
En fin, hechas estas reflexiones, ojalá y sigamos “sacándonos la lotería” con grandes obras como el Hospital Regional y, sobre todo, con gobernantes eficientes y honrados, pues nos urgen inversiones en programas de protección de nuestros monumentos históricos, creación de fuentes de empleo en la ciudad y en el campo, embellecimiento de la ciudad e instauración de cables subterráneos, que acaben con las telarañas que afean el Centro Histórico. Ah, y un gran estacionamiento público subterráneo en la Plaza Hidalgo, por ejemplo, con áreas para el comercio informal. ¿Es mucho pedir?
Digo, ¿no?

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