VOX POPULI.- Por: Juan Pueblo

Nuevos funcionarios; viejas inercias.

Ah, qué caray. Cayó en desgracia Gerardo Aguilera y tuvo que renunciar a la Tesorería, con todo y el subtesorero, Daniel Aguilera. Su poca… caballerosidad quedó de manifiesto cuando de manera humillante corrieron a la anterior subtesorera, Claudia Salinas.

Y en todos estos movimientos nunca se han sabido con certidumbre los verdaderos motivos. Pero todo mundo sabe que desde hace muchos años la Tesorería Municipal se dedica a realizar balances y justificar la aplicación de recursos que, en su mayor parte vienen ya etiquetados, procedentes de la federación y el estado.

En el caso del impuesto inmobiliario, simplemente se ha venido cobrando con base en la existencia de un padrón catastral, sin mayores actualizaciones, salvo algunos excesos que han lastimado la economía de los contribuyentes.

La mayoría de las dificultades que enfrenta la Tesorería se deriva por falta de documentos que respalden el ejercicio de diversos gastos. Y ese es el pan de cada día en la Tesorería Municipal.

El nuevo tesorero, Mario Salguero Trujillo, tiene una importante oportunidad no solamente de corregir y enmendar, sino de emprender lo que no se ha emprendido. Salguero tal vez no tiene intereses partidistas y esto nos permite expresarle nuestra confianza. Dijo que quiere contar con un equipo de trabajo competente.

Ojalá que en la Subtesorería tenga a alguien, quizás como Rosy Valencia, que le represente un apoyo eficaz y solidario.

Pues han brillado por su ausencia, durante las últimas décadas, la instrumentación de políticas financieras o programas que incentiven determinadas actividades del ámbito social y municipal. Todo se ha reducido a la reiterada práctica anual de descuentos por el pago del impuesto predial. No se ha visto algún programa de incentivos a inversionistas locales, algún tipo de estímulos para la protección de monumentos históricos y llevar al cabo una actualización de la base gravable, tanto rural como urbana, además de poner fin a todo tipo de rezagos impositivos, preferentemente mediante formas conciliatorias.

En fin, estos son tan sólo algunos aspectos de lo mucho que se puede desarrollar a través de programas financieros en que la Tesorería coordine acciones de diversas dependencias municipales.

También es hora de proponer obras públicas autofinanciables y satisfacer necesidades sociales importantes como la construcción de estacionamientos públicos y efectuar la reubicación del ambulantaje, no para perjudicarlo sino para dotarlo de mejores condiciones. Por supuesto que algunas de estas medidas requieren de acciones que de momento pueden no ser tan populares, pero para eso existe un ayuntamiento plural que con ese carácter debe compartir las responsabilidades y riesgos.

Todo se vale, menos la corrupción ni la inacción o las simples inercias comodinas. Ya va siendo hora de transparentar a cabalidad la celebración de contratos para que se acaben las “mochadas” y otras pinches tranzas que en cualquier momento pueden lastimar la mermada economía de la administración municipal.

En cuanto al maestro Antonio Aranza Ocampo, flamante director de la Casa de la Cultura, en sustitución de Salvador Leyva, tiene un importante reto: darle solución a la gran cantidad de necesidades del conglomerado social acambarense, por medio de actividades artísticas, culturales y de promoción en Acámbaro y sus colonias y comunidades, no nada más en forma centralizada. ¡Qué lástima que Aranza ni siquiera presentó un programa de acción! Ya que hasta el momento la Casa de la Cultura ha funcionado con base en lo que le manda el Instituto Estatal de la Cultura, manteniendo por fortuna su vinculación con la sociedad a través de los talleres. Pero ojalá sepan resanar la herida que dejó la injusta salida del mejor maestro de teclado, el maestro Rogelio Vieyra.

Bueno, pasando al Cronista de la Ciudad, nombramiento que le fue otorgado a Gerardo Arqueta Saucedo, la tiene fácil, porque todos sus antecesores no han hecho nada. No han escrito ni un solo renglón de crónica de nuestro histórico municipio, donde la gente realiza en forma cotidiana una labor inmensa por la educación de sus hijos y por una digna sobrevivencia, entre otras muchas cosas.